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miércoles, 22 de julio de 2015

Viaje a Montecarlo, Supercopa de Europa 2002


Ya ha sido comentado en este blog, el aficionado pierde la razón cuando se trata de una final, aunque sea de una Supercopa de Europa. En 2002 todavía se trataba de un torneo inédito en las vitrinas del Real Madrid, en las 6 primeras copas de Europa este trofeo ni siquiera existía, cuando se consiguió la 7ª el Chelsea de Zola, Di Mateo y Poyet cerraron el camino y en el año 2000, sorprendentemente, el Galatasaray de Gheorge Hagi, Gica Popescu y Jardel volvió a impedir que el Madrid se hiciera con uno de los entorchados que faltaban en su museo. Así pues, con un poco de tiempo disponible y algún euro en el bolsillo, habiendo ganado la Copa de Europa por tercera vez en cinco años la última temporada, la 2001-02, algo decía que ésta iba a ser la vencida, aunque el rival era el Feyenoord holandés, siempre peligroso. Así que nos juntamos unos amigos y pusimos rumbo a Montecarlo.

Planificando el viaje

Aunque la sensatez y el buen juicio falten en estas ocasiones, insisto, se trataba de
buscar el viaje más económico. Aquí se planteaba un pequeño problema, la mayoría de las agencias o peñas que ofertaban viajes incluían entrada al partido y viaje, nosotros primero nos hicimos con los boletos por mediación del club y luego planeamos el viaje. Entre Madrid y el Principado de Mónaco hay 1.281 kilómetros según googlemaps, para lo que calcula 12 horas y media para llevar a cabo la ruta. Al ser más de 5 personas, dos coches con doble de gasto en gasolina, peajes, etc... quedó pronto descartado. Tampoco el avión no presentaba una buena combinación, bueno sí, pero claro, había que llegar a la exclusiva Niza y desde ahí alquilar dos coches hasta Montecarlo... No, no podía ser. Así que después de mucho buscar, encontramos una peña que facilitaba el viaje en autobús para que nadie se quedara en tierra.

                                                   



Madrid-A2-A7 hasta el final, el Rosellón, la Costa Azul...

El autobús en cuestión prometía algo en principio inverosímil: los asientos se convertían en literas para poder dormir por la noche mientras el viaje continuaba. Reconozco que en un principio
la cosa no sonaba mal del todo. Así pues, el 24 de agosto de 2002, el autobús partió de las inmediaciones del Santiago Bernabéu a primera hora de la tarde. Al principio, como en cualquier viaje todo es entusiasmo, sonrisas, optimismo desaforado, chascarrillos y buen humor, pero con el lento pasar de los kilómetros dentro del bus las conversaciones decaen, el cansancio aparece, los silencios se alargan. Luego de una interminable pausa en un área de servicio cerca de Gerona, se convirtieron los asientos y respaldos en dos alturas de literas continuas. No es que un viaje de aficionados a una final sea una ocasión glamurosa, pero esto, la verdad es que era demasiado, aquello tenía pinta de comuna, de mini camping concentrado, nada, pero nada apetecible ver a gente de todas las edades intentando conciliar el sueño de esta forma entre ronquidos y aire viciado. La única solución era ocupar los pocos asientos que siguieron íntegros con lo que ello significaba: dormir poco o nada.

Llegada, la final y la vuelta

La llegada a Mónaco fue bien entrada la mañana del 25 de agosto, casi al mediodía. La acogida de la ciudad fue más bien indiferente,
los residentes nos miraban desde sus lujosos coches con curiosidad, más que con simpatía. El simple hecho de bajarse del bus y poder dar más de diez pasos seguidos supone una buena inyección de alegría. El día fue veraniego, suave en primera instancia, pero según iban cayendo las horas, se reveló un calor espantoso que se multiplicaba por la humedad del Mediterráneo. Dadas las circunstancias, nos tiramos en un parque buscando una sombra que aliviara la solana que estaba cayendo hasta que llegara la hora del partido. Después de todo, Mónaco no es una ciudad en la que puedas comer de menú y sentarte en un bar a tomar un café, los precios son prohibitivos. En este parque nos llegaban noticias desde Madrid vía sms del fichaje de Ronaldo, el brasileño. Lo que debería ser motivo de ilusión y alegría, apenas suscitaba comentarios: el cansancio del viaje hecho apenas sin dormir y el tremendo calor doblaba al más pintado. Mientras, resultaba irónico ver pasar los coches y cochazos con el logotipo de la UEFA, cómodos y bien acondicionados yendo y viniendo del Estadio Louis II con personajes desconocidos dentro. En los alrededores del campo de fútbol vimos a las dos aficiones convivir tranquilamente, también vimos a holandeses intimidando a españoles y al revés. Las últimas horas antes del partido son las más expuestas para el aficionado que sólo va a disfrutar de su equipo y de una ocasión única, el alcohol ya ha corrido lo suficiente y la chispa puede saltar en cualquier momento. Después de todo ese largo día, uno tan sólo espera poder ver el fútbol desde una buena localidad, pero en este caso no fue así. Los asientos estaban en las filas más bajas y en un córner, contando además con que el Louis II tiene pista de atletismo, ver bien el partido fue tarea imposible. El resultado es por todos conocido, 3-1 con muy pocos apuros para el Madrid, un golazo de Roberto Carlos después del enésimo lujo de Guti, quien marcó el tercero y definitivo. La Supercopa ya era del Madrid. El viaje de vuelta fue otra paliza del mismo calibre que el viaje de ida, acompañaba al menos la sensación de la victoria. El autobús, literalmente, reventó a pocos metros del Santiago Bernabéu, echó el resto dejando una espesa humareda negra mientras los aficionados bajábamos del cadáver con ruedas.

Como comentamos hace bien poco aquí, este trofeo inventado a principios de los 70 para medir al campeón de Europa con el de la Recopa a doble partido, ahora
tiene sentido para los sponsors y las televisiones, de cara al aficionado supone un torneo mal colocado en el calendario que lo único que hace es cargar a los propios jugadores de partidos oficiales adentrándose cada vez más en el mes de agosto. Ahora, la Recopa no existe, ni siquiera la Copa de la UEFA se llama igual. Para esto, los torneos de verano daban prestigio sin la exigencia de la oficialidad, comprometían pero en la justa medida de la pretemporada. Más teresas herreras y menos supercopas, por favor.









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