Portada 3

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miércoles, 25 de febrero de 2015

Aquellas eliminatorias contra el Milan


Sí, hablo de los míticos emparejamientos en la Copa de Europa con el equipo italiano allá por el año 1989. Aunque fueron en dos temporadas consecutivas, la primera eliminatoria fue en la ronda de semifinales de la 1988-89, es decir, en el mes de abril; la segunda fue en octavos de final, por tanto en el mes de octubre, recién comenzada la temporada 1989-90. Se puede decir que en el mismo año natural, el Milan eliminó dos veces al Real Madrid de la Quinta del Buitre. De la primera ocasión, sobran los comentarios, no hubo nada que hacer. De la segunda, sí. Se perdió en Italia por 2-0 con un penalty pitado a favor del Milan que fue unos cuantos metros fuera del área. La vuelta fue un insuficiente 1-0 en el Bernabéu. Aunque la Copa de Europa se le negaba a esta genial generación de jugadores que tenía el Madrid, lograron encadenar 5 títulos seguidos de Liga, cosa que ni siquiera el archiganador Barça de Guardiola y Messi ha logrado igualar.

                                                      


Lo explicado anteriormente es sabido por todos.
Cómo se vivían esos partidos en la grada, igual no tanto. En aquel año, yo rondaba la mayoría de edad y estos partidos los vivía como cuando logras tener una cita con la chica deseada, como si estuvieras en primera fila viendo a tu grupo favorito, como si no hubiera un mañana, como se viven las cosas cuando ni siquiera has cumplido 20 años. Una vez conocido el rival del sorteo, tocaba estar atento a la prensa para ver el anuncio que publicaba el Madrid para saber qué día comenzaba la venta de entradas. Cuando ese día llegaba, uno se las tenía que ingeniar para hacer pellas en el colegio con el único y exclusivo motivo de ir al Bernabéu a chuparse una cola que podía durar horas, tres, cuatro, cinco, lo que hiciera falta con tal de conseguir una entrada. El precio no era problema, el fútbol se entendía como algo popular, un partido de estas características no costaba más de 1.500 pesetas, unos 9 euros. Igual que ahora, ¿verdad?

Por ese precio, tenías acceso al Paseo Alto Lateral 2º Anfiteatro, un poco más barato era el 3er Anfiteatro, la grada más alta por aquel entonces, pero la cosa tenía truco. Estas dos zonas del estadio estaban separadas por una valla que ni siquiera llegada a los dos metros de altura, lo que significaba que se podía saltar sin ningún problema y ubicarte en el 2º Anfiteatro habiendo pagado el precio del 3er Anfiteatro. Parece sencillo, pero esto implicaba que en estos partidos tan importantes, el día del encuentro, había que estar en la cola de la puerta del Bernabéu al menos desde las 15:00 de la tarde, lo que suponía, otra vez, hacer
pellas en el colegio.

Después de aguantar
empujones y avalanchas de los propios espectadores o de la propia policía para mantener el orden durante un buen tiempo, lograbas pasar los tornos de acceso del estadio. Entonces tocaba subir pitando las escaleras de las antiguas torres del lateral que da a la calle Padre Damián, había que llegar al 2º Anfiteatro, sí, pero pegando a la valla que separaba la zona de pie con la de asiento. ¿Por qué? Porque, ahí se ubicaba la afición del equipo rival. El objetivo no era otro que cantar, de gritar más que ellos para que su equipo se sintiera muy solo en el césped. Una vez conseguido todo esto podían ser las 4 o las 5 de la tarde, el partido empezaba a las 8, como muy pronto. Durante tres horas, las gradas de pie estaban llenas, mientras que las de asiento, no. Así, según se iba acercando la hora del partido, el ambiente del Bernabéu iba en un inevitable crescendo mientras se completaba el aforo, hasta llegar a ser una auténtica olla a presión cuando faltaban apenas unos minutos para que empezara a rodar el balón.

Durante el partido lo que tocaba era
ver el fútbol, saltar, cantar y gritar más que la hinchada rival que teníamos al lado. La valla que nos separaba llegaba hasta donde estaba el techo del antiguo Bernabéu. Coincidiendo con alguna decisión polémica del árbitro o alguna falta violenta, se producía una lluvia de monedas de un lado a otro de la misma valla, dependiendo de a quién había favorecido el árbitro con su decisión o qué equipo había hecho una entrada criminal. Así pues, cuando escuchabas el repiquetear de las monedas contra los barrotes, más te valía ponerte a cubierto para no llevarte un monedazo en la cabeza. Eso sí, si buscabas en el suelo, entre liras y pesetas te podías llevar un pequeño sobresueldo.

En la segunda eliminatoria contra el Milan, uno de los amigos que nos juntábamos para ir al fútbol logró, yendo a una recóndita fábrica de Villaverde, comprar unas bengalas, no de las marinas que salen lanzadas, sino de las que prendías la mecha y salía un fogonazo naranja que duraba unos minutos. ¿Era peligroso? sin duda, más teniendo en cuenta que quien le vendió a mi amigo las bengalas le advirtió de que estaban caducadas. Pero estamos en 1989, todavía no se había producido la tragedia de Sarriá y sí, a veces palidezco rememorando las inconsciencias de esos años. Aun así, avisamos a alguien de seguridad de lo que íbamos a hacer, su respuesta la tengo grabada en la memoria:
mientras no las tiréis al césped, todo bien. En 1989 no estaba prohibido, es más, se pensaba que daba ambiente todo esto. Así eran las cosas. Era algo gamberro, pero no pasaba de ahí, tanto mis amigos como yo sabíamos dónde estaba el límite. Como el 90% de los espectadores de los estadios en los años 80, no agredíamos a nadie, no intimidábamos a nadie, tan solo queríamos ver fútbol y pasarlo bien. Al acabar estos partidos, nos dábamos la mano con los aficionados italianos e intercambiábamos recuerdos, banderines, bufandas, etc... La batalla había terminado.

Esta
manera de ver el fútbol, con sus cosas buenas y malas, ha desaparecido. Ahora, aunque el aficionado sigue viendo y viviendo el fútbol intensamente, no es lo mismo. Tanto han cambiado las cosas que ahora Carlo Ancelotti, que como jugador en aquellas eliminatorias nos hizo la vida imposible a los madridistas, es nuestro y espero que por muchos años. Perdimos aquellas eliminatorias, sí, pero aunque la decepción fue enorme, me queda lo bien que lo pasaba y la intensidad con la que viví todo aquello. Y por supuesto, quedan los amigos de aquella época, casi 26 años después ahí seguimos, viéndonos poco, pero estando en contacto que es lo que vale.
















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